martes, 27 de junio de 2017

De montería en la Dehesilla de Arroyo Molino


En esta ocasión os voy a contar un magnífico día que pasé, junto a mi padre, en otra de mis fincas favoritas. Y digo favorita porque, además de tener amistad con la propiedad, la he monteado durante varios años con la rehala a cochinos. Fue a comienzos del 2014 cuando mi padre y yo decidimos quedarnos un puesto para la Dehesilla de Arroyo Molino, organizada, en aquella ocasión, por la propiedad de la finca junto a Antonio Velasco.

Aquel primer sábado del recién entrado año salimos muy temprano para la gasolinera de la cárcel, donde habíamos quedado un grupo de amigos para tomar un café rápido y partir hacia esta preciosa finca perteneciente al término de Montoro. Al tratarse de una finca cercada, la junta se celebró en la casa, justo en la entrada.

Las previsiones meteorológicas no eran buenas para la jornada, donde se esperaba agua en la mayor parte del día, aunque sin ser muy intensa. De hecho, las migas y el sorteo se tuvieron que celebrar bajo una carpa instalada junto al cortijo de la Dehesilla. El ambiente era inmejorable, ya que monteábamos sólo 14 puestos y organizadores, monteros, secretarios y rehalas éramos todos amigos o conocidos.

Antes de realizar el sorteo, Enrique Lenzano dio algunas indicaciones y nos comunicó el cupo, que era de 2 venados, o 1 venado y 1 muflón, 1 muflona y cochinos libres. Sin duda, con tan pocos puestos y las altas expectativas que había sobre los cochinos, la montería se presentaba ilusionante.

La suerte esta vez sí me acompañó en el sorteo, al sacar el número 4 del Raso Botija, puesto que había obtenido muy buenos resultados en años anteriores. El secretario era, curiosamente, mi buen amigo Perico Arévalo.

De camino a la postura, los rastros que se observaban de cochinos eran impresionantes, por lo que los nervios iban aumentando cada vez más. Una vez llegamos al sitio, descargamos los bártulos del coche y los subimos al puesto el secretario y yo, mientras mi padre aparcaba en un tapujo más alejado para no espantar la caza. Se trataba de un amplio tiradero limpito que cortaba con una mancha de pinos, al otro lado del arroyo de Las Alisedas, que se situaba abajo.

Mi padre, de vuelta al puesto, nos comentaba que había visto un cochino mientras aparcaba el coche, al mismo tiempo que nos sorprendió por detrás un lechón que no nos dio tiempo a tirar. La montería comenzaba con movimiento y algo de lluvia.

A los pocos minutos de cargar el rifle sentimos varios disparos del puesto siguiente, donde se encontraban Calixto Barba y José Quintana, y desde donde nos entró por los pinos una pelota de reses a nuestro tiradero, pero por el viso. Desgraciadamente, tuvimos que lamentar que no fueran algo más bajos, ya que iban algunos venados buenos y algún muflón bonito.

Primer marrano abatido
Pronto soltaron las rehalas y a nuestra izquierda, a unos 500 metros largos, pudimos observar un
impresionante jabalí (o al menos de cuerpo) que huía de las primeras carreras de los perros. Mi padre se atrevió a tirarlo, pero ese cochino era casi imposible de abatir a la distancia que iba. Acto seguido entró otro marrano, esta vez sí, por nuestro testero. Con un certero disparo mi padre consiguió abatirlo. Un par de jabatos más pudimos ver salir de los pinos por el viso de nuestro tiradero, lo que hacía imposible intentar el lance, además de otro que sí se puso a tiro pero no pudimos abatir del todo y se fue pinchado.

Llegado el ecuador de la montería, comenzamos a preocuparnos, porque, salvo alguna cierva loca, no estaban entrando ni venados ni muflones. Perico, muy atento, vio un gran macareno en el borde de los pinos parado para entrar a nuestro tiradero pero, cuando nos dimos cuenta mi padre y yo, ya era demasiado tarde, pues se había dado la vuelta sin cumplir.

La rehala de Rafa Espejo hizo aparición por nuestro puesto, batiendo el pecho de enfrente. Al entrar en la mancha de pinos, los canes de “la estrella” levantaron una res que traían con una intensa ladra para atrás. Se trataba de un bonito venado de cuerna blanca que apareció a toda velocidad por nuestro tiradero. Como era bonito, me decidí a tirarlo, consiguiendo pararlo al tercer intento con un certero disparo.

Nos quedamos mucho más tranquilos al abatir el primer macho del cupo, aunque aun nos quedaba otro. Los minutos pasaban pero las reses no entraban por el 4 del Raso Botija, por lo que la inquietud era máxima. La última hora de montería, sin embargo, fue entretenida.

Una pelota de venados nos entró por nuestras espaldas en dirección a la izquierda. Rápidamente, Perico y yo le dijimos a mi padre que disparara al último que, aunque lo veíamos de culo, se apreciaba que era de buen porte, con una importante cuerna cerrada y de gran grosor. De un disparo, mi maestro de campo consiguió alcanzar al animal, sin embargo, éste siguió su marcha metiéndose en una cañada con los demás venados. Todos salieron al pecho de enfrente menos el protagonista, lo que indicaba que el animal estaba tocado. Perico, con mucho cuidado, fue al sitio del lance para comprobar si había sangre, ya que al tener cupo esto supondría no tirar más reses. Efectivamente, nuestro espléndido secretario nos confirmaba que había sangre en el suelo y que se le había levantado una res en la cañada y se había marchado para la izquierda, sin poder llegar a verlo. 

Sólo dos minutos después nos entró una bonita collera de venados a nuestro testero, que se pasearon tranquilos ante nuestra mirada inquieta, por estar ya en duda de si encontraríamos el que habíamos tirado. Con la montería a punto de finalizar, un joven jabalí entró por todo lo alto del tiradero y, con un tajante disparo, el animal quedó en el sitio.

Llegadas las 3 de la tarde, recogimos rápidamente y subí a ver mi venado y los dos marranos que teníamos en el pecho de enfrente, para buscar posteriormente el segundo venado que se encontraba más lejos.

Jesús Bernier con su venado y su cochino
Tras un buen rato de búsqueda donde la sangre se perdía en dirección a donde el secretario nos confirmaba que había huido el animal, decidimos ir a la junta porque la lluvia estaba haciendo acto de presencia de forma más intensa.

De camino a la casa, nos cruzamos con Antonio Velasco, que nos confirmaba que los perros habían rematado un buen venado detrás de nosotros, hacía donde había huido el animal. Nuestra expectación era máxima ya que el amigo Velasco nos comentó que se trataba de un ejemplar que a buen seguro se metería en puntuación.

Tras unas ricas habichuelas en las que habíamos conversado con otros monteros que nos comentaban sus vivencias, las reses llegaron a la junta. Efectivamente, el venado se correspondía con lo que habíamos visto: cuerna cerrada y gorda y con un disparo en el culo, que confirmaba que se trataba del nuestro, rematado cerca de donde había recibido el disparo.

Jesús Bernier con el venado que posteriormente
 dio Medalla de Plata
Por tanto, el resultado del puesto fue extraordinario, con dos venados (uno de ellos con 17 puntas que alcanzó la Medalla de Plata), dos cochinos y otro pinchado, más los que no pudimos tirar.

Desde aquí quiero dar la enhorabuena a Antonio Velasco y la propiedad de la finca por aquel maravilloso día que pusimos disfrutar en la Dehesilla de Arroyo Molino, finca que, sin duda alguna, volveré a montear.